La nueva «anormalidad»

La nueva «anormalidad»

La nueva «anormalidad»

Llevamos más de 50 días en esta situación, y hoy siento la necesidad de dedicar unas palabras a esas sensaciones, emociones, vivencias que…

Intentamos atender y acompañar en el día a día.

Intentamos que se perciba la mayor “naturalidad posible” dentro de la rareza.

Intentamos sacar lo “bello” de una situación un tanto gris.

Exprimimos al máximo nuestra “creatividad” para llenar momentos que antes no teníamos.

Ofrecemos una mirada optimista con una voz en la que asoma “fragilidad”.


Ofrecemos “sostén” a pesar de no sentirnos, en ocasiones, “sostenidos”

Y es que intentamos mostrar una “nueva normalidad” a la infancia que nos rodea, que ya empieza a no ser creíble, una “normalidad” en la que cada una de nosotras ocupamos un lugar que no es el “normal” y, ya es hora de pararnos y comprender que lo que tenemos que acompañar es, una “nueva anormalidad”.

Es preciado, para nosotras, las personas adultas, poder acompañar, con mayor presencia que antes, momentos y vivencias que, fuera de esta situación no nos era posible (manualidades, cuentos, juegos, aprendizajes…) Pero para ellos no deja de ser extraño, al principio lo vivían, a igual que nosotras como su “gran deseo”, “mamá y/o papá sólo para mí”. Pero, poco a poco va generando una confusión de roles, pues la vida les había preparado para dejar paso a que otras personas, además de mamá y papá, les acompañaran en esto. Habían aprendido a disfrutar y valorar otras opiniones, otras maneras de acompañar, otro tipo de “vínculo” con
personas ajenas a su familia, que les permitían “ser” tal y como ellos decidían, sin nigún tipo de expectativa.

Es normal que, llegado este punto, ya no se disfrute de igual modo este tipo de momentos, que surjan fricciones, desencuentros, falta de ilusión y entusiasmo… Y no es culpa de ninguna de las partes, es el cúmulo de emociones, fruto de las sensaciones que provoca esta “nueva
anormalidad”.

Esta “nueva anormalidad” nos ofrece grandes dosis de momentos “intrapersonales”, en los que estamos solos con nosotros mismos, con nuestros pensamientos, nuestras inquietudes, nuestros sueños, nuestros miedos… Son momentos en los que nos visitan recuerdos de vivencias relevantes para nosotros, tanto placenteras, como no tanto.

Las personas adultas sabemos lo complicado que es gestionar esos pensamientos que nos visitan en esos momentos. Sin embargo, la infancia, no siempre encuentra el momento, la manera y las palabras para expresar esa “zozobra”, y, cuando lo hacen, suele ser a modo de “cascada”, poniendo como centro de sus miedos y dolor a sus referentes cotidianos: la escuela, sus amigos, su día a día anterior…. Y es que cuanto más tiempo pasa, más lejano lo sienten y más difícil resulta imaginarse “cómo será cuando vuelva a ser”.

Son varias las familias que han compartido el desajuste en el sueño de las niñas y los niños, algunos por defecto, y otros por exceso…

Sobre todo, al principio, era más frecuente el defecto del sueño, consecuencia de una privación de las necesidades auténticas y más básicas de la infancia: movimiento, experimentación, el sol, compartir con otras niñas y niños, tener conflictos con ell@s, descubrir, conquistar autonomía…. Y es que, la ausencia de todo ello deja una gran reserva de
energía por quemar la cual dificulta la llegada del sueño.

En estos momentos está apareciendo lo contrario, sueños más prolongados, a destiempo, despertares lentos y perezosos… Y aquí aparece algo, que nos asusta muchísimo pero que, creo, que debemos aceptar: la Apatía (Estado de desinterés y falta de motivación o entusiasmo en que se encuentra una persona). Ahora es el momento de aceptar dicho estado de ánimo,
acompañándolo desde el respeto y la empatía, sin tenerle miedo, pues es muy importante que sientan que se les permite sentirse así. No es una emoción negativa (las emociones negativas no existen), es una emoción necesaria, que aparece cuando en nuestro interior sentimos que
algo tiene que cambiar, y es el indicador de nuestro cuerpo que nos va a ayudar a poner de nuestra parte para que ello suceda. Nosotros no podemos cambiar la situación global que nos rodea, pero sí nuestra realidad cercana, pero dejemos que sean ellas y ellos los que identifiquen qué necesitan cambiar para sentirse mejor. Démosle la bienvenida a dicha emoción, compartámosla y, quizás juntos podemos replantear los próximos días.

Otros estados de ánimo muy frecuentes en estos días son la irascibilidad e irritabilidad (propensión y facilidad para irritarse). Creo que también hay que dejar hueco a estos estados de ánimo, pues seguro que nosotras, las personas adultas también frecuentamos este estado de ánimo estos días, intentamos identificar de dónde viene y buscamos cómo transitarlos:
compartiéndolo con una amiga o amigo, con nuestra pareja, plasmándolo en un diario, dedicando un tiempo a meditar, respirando…

Para la infancia es muy potente estar todos los días en el mismo escenario y con los mismos personajes, aunque ese escenario tenga espacio exterior, unas preciosas vistas, una gran dotación de materiales… y los personajes sean las personas que más le aman y le amarán.Pues, por eso mismo, somos los receptores del máximo afecto y alegría cuando se sienten en armonía, pero también los receptores de esa rabia, difícil de identificar por su parte
(pues,aunque no estén “encerrados”, sí que están faltos de muchas de sus necesidades auténticas), de ese desbordamiento de energía no consumida convertida en pulsión e inconformismo, de ese no saber expresar lo que sienten, la incomprensión, la frustración ante el hecho de que las cosas no son como desearían y por tanto, lo expresan a través del cuerpo.

Es un buen momento para ayudar a “simbolizar” todo este cúmulo de emociones tan extrañas y complejas y, además, tenemos mucha suerte, pues nosotras estamos sintiendo también la mayoría de ellas. Pongámosles palabras, convirtámoslas en dibujos, para que así las puedan ver desde fuera, reconocerlas, hablar con ellas… desde la realidad que ellos quieran.
Hablemos de situaciones en las que nos sentimos así y respetemos el no hacerlo, si así nos lo manifiestan.

Además está el tema del aprendizaje académico, que aunque no queremos que nos preocupe, es difícil no actuar ante el hecho de que nuestr@s hij@s no estén asistiendo a un espacio para ello durante tanto tiempo, o haya días en los que “no haga nada”, o que no le interese nada de lo que le proponemos… Pero, parémonos a pensar… ¿Acaso no es ocupación suficientemente exigente la de acompañar y sostener todo lo reflejado anteriormente? (además de cuidarnos nosotras mismas), ¿Somos nosotras las personas que debemos sustituir esa carencia sin que afecte a nuestra relación, ya de por sí en un momento en el que debemos ser muy cuidadosas?

¿Hasta qué punto esta situación puede afectar a la relación de la niña o el niño con el aprendizaje? ¿De verdad creemos que no habrá tiempo suficiente para recuperar ciertos aprendizajes?…

No nos exijamos tanto, confiemos en su autorregulación, confiemos en su “capacidad innata para el asombro” y dejemos que sean esos, sus “asombros” los que ocupen su tiempo y que decidan ellos de qué manera. Dejemos que nuestro lugar sea el de “estar disponible” cuando
lo necesite y les proporcionemos aquello que necesiten para que transiten en su “asombro”, ayudémosles a detectar esos “asombros” para velar porque no les visite la “desidia” (falta de ganas, de interés o de cuidado al hacer una cosa). Como dice Tonucci “ No hay mejor material para el maestro que el que trae su alumno en los bolsillos”.

Pues sí, aceptemos que estamos en una “nueva anormalidad”, de la que podremos recordar muchas cosas hermosas, momentos inolvidables gracias a ser “anormales”, de la que habremos aprendido, estoy segura, a ser mejores personas… Pero, para ello, debemos aceptar que esta “anormalidad” cuenta con momentos y situaciones complejas, por lo que debemos ser “compasivos” con ell@s, la infancia, y con nosotras mismas.

Faz Vives
Mayo 2020